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viernes, 23 de octubre de 2020

Francia y la monarquía absoluta

Francia y la monarquía absoluta


    En la siguiente nota hablaremos sobre los teóricos del absolutismo, los Borbones en Francia y sobre como el rey Luis XIV, logró marcar una época.

    A fines del siglo XVI y el XVIII, varios países europeos adhirieron a la monarquía absoluta como forma de gobierno. Este sistema de gobierno daba la capacidad de tomar decisiones de gobierno y en la creencia de que esa soberanía se encaraba en la figura del monarca. Los defensores del absolutismo se apoyaban en la teoría del origen divino de la monarquía, y sostenían, lo cual, que toda autoridad procedía de Dios y era Él quien elegía a los reyes para gobernar el pueblo en su nombre.

    Los monarcas consideraban que no debían rendir cuentas de sus actos más que a Dios debido a que actuaban apoyados en el derecho divino. Los reyes eran la fuente suprema del poder en sus Estados y, por lo tanto, la autoridad indiscutible a quien todos los súbditos debían obedecer: podían dictar leyes, decretar impuestos, administrar justicia, controlar todo el sistema administrativo del Estado y manejar la política exterior sin ninguna restricción.

    Esta ideología fue respaldada por sectores del clero y por pensadores o filósofos denominados teóricos del absolutismo. Entre ellos se destaca el teólogo francés Jacques Bossuet el cual en su libro llamado La Política extraída de las verdaderas palabras de las Sagradas Escrituras, sostenía que Dios designó a los reyes para reinar sobre los pueblos del mundo. Por otro lado, el filósofo francés Jean Bodin (1530-1596) escribió un libro titulado Los seis libros de la República, donde desarrollaba la teoría de la soberanía. Con otro justificativo, pero legitimando también el poder del rey, sostenía que era el pueblo el que le entregaba al rey el poder absoluto y a partir de ese momento el monarca se convertía para siempre en el soberano.

    El Estado absolutista en Francia se afianzó con los sucesivos reinados de Enrique IV, Luís XIII y Luís XIV, de la dinastía de los Borbones.

    En el año 1610, Luis XIII fue proclamado rey de Francia, pero quien realmente gobernó fue su primer ministro, el cardenal Richelieu. Este hábil político llevó adelante una política orientada a fortalecer la monarquía e impulsar el predominio de Francia en el continente. Por ejemplo, limitó las concesiones dadas a los hugonotes en el Edicto de Nantes, que otorgaba libertad religiosa, política y militar. Además, estableció una verdadera red de espionaje con el fin de descubrir complots y aplastar las conspiraciones. También, llevó adelante reformas administrativas y nombró a oficiales reales (intendentes), quienes recorrían las provincias para hacer cumplir las órdenes del gobierno central.

    Por otro lado, impulsó la participación de Francia en la Guerra de los Treinta Años, que comenzó en 1618 cuando los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, los Habsburgo, católicos, atacaron a los principados protestantes. Entonces, Dinamarca, Holanda, Inglaterra, Francia y luego Suecia apoyaron a los príncipes rebeldes. Aunque Francia finalizó la guerra convertida en una potencia, el largo conflicto significó altos costos materiales y en vida. Además, el estado de corrupción generalizada llevó a Francia a una crítica situación financiera.

    Tras la muerte de Luis XIII, en 1643, su hijo de cuatro años (Luis XIV), asumió el trono. Esta situación requirió un regente y de inmediato surgió la figura del cardenal Julio Mazarino. Durante su administración se produjo una importante revuelta conocida como La Fronda, organizada por muchos nobles y que contó con la participación de diversos sectores sociales y políticos, disconformes con las políticas de Mazarino y la presión tributaria. Sin embargo, Mazarino consiguió derrotarlos al aprovechar las disidencias que existían en el grupo. La monarquía resultó fortalecida.

    Luego de la muerte del cardenal Mazarino (1661), Luis XIV se hizo cargo de los destinos de Francia. Apoyado por su victoria sobre la nobleza, Luis XIV mostró una férrea determinación para imponer su autoridad absoluta. Sin embargo, el monarca debió emprender una ardua tarea política, ya que Francia poseía un sistema de autoridades superpuestas: las provincias tenían sus propias cortes regionales y sus propios códigos de leyes. Además, un sector de la nobleza aún ejercía autoridad política y contaba con privilegios especiales. Por lo tanto, el rey debió reestructurar el sistema político. Por ejemplo, excluyó a los miembros de la alta nobleza del Consejo Real (órgano administrativo del gobierno), abolió las cortes judiciales (también llamados parlamentos) y nombró a ministros y secretarios que le garantizaran obediencia. Estos últimos, conocidos como nobleza de toga, eran frecuentemente burgueses ricos que compraban sus cargos para obtener beneficios económicos y reconocimiento social.

    Como monarca absoluto, Luis XIV tomó decisiones en múltiples áreas del gobierno. En materia religiosa, el rey era intolerante y creía en el lema: un rey, una ley, una fe, por lo tanto, en 1668 promulgó el Edicto de Fontainebleau con la intención de destruir las Iglesias hugonotas y clausurar las escuelas protestantes. Esta medida motivó que casi unos 200.000 protestantes abandonaran Francia y pidieran asilo en Inglaterra, Holanda y los Estados alemanes.

    A su vez, impuso en toda Francia un mismo código civil y comercial denominado Código de Luis. Así, robusteció su autoridad centralizando el poder en materia de política exterior e interior, finanzas, asuntos religiosos y administración de justicia. Por otro lado, Luis XIV se rodeó de una majestuosa corte que rápidamente se convirtió en un modelo para las otras monarquías europeas. En este sentido, el filósofo Voltaire llamó a este período la Época de Luis XIV.